En el año 313 d.C., Constantino y Licinio promulgaron el Edicto de Milán, no como un acto de bondad, sino como un acto de astucia y control del imperio. Permitir la libertad de culto, tras años de persecuciones, era una forma de evitar el descontento social. Los cristianos habían sido perseguidos brutalmente (ejecutados y torturados). Ellos usaban las catacumbas, una red subterránea de más de 300 kilómetros bajo Roma, para practicar su fe en secreto. Estas catacumbas eran símbolo de la represión y resistencia cristiana.
Los cristianos en el Imperio Romano sufrieron varias formas de tortura y ejecución por no adorar a los dioses romanos o al emperador. Entre los castigos más comunes estaban ser quemados vivos, crucificados o arrojados a las fieras en el circo. También se les sometía a torturas físicas como el flagelo o desgarros con ganchos de hierro. Algunos trabajaron en minas en condiciones extremas, mientras que otros fueron mutilados o decapitados. Estas represalias buscaban intimidar y erradicar el cristianismo del imperio.
El edicto no solo resolvía un conflicto interno, sino que permitía a Constantino consolidar su poder al integrar a los cristianos en la estructura política del imperio. ¿Qué lecciones del Imperio Romano podemos aprender de este acontecimiento? Recuerda hoy que las decisiones estratégicas que mantienen la estabilidad a menudo son las que aseguran el control a largo plazo. Decisiones estratégicas como el Edicto de Milán pueden transformar enemigos en aliados.
¡Que tengas un buen día! Bene diem habeas!